Cuestión de color


En los anales del baloncesto cohabitan cientos de historias de superación, valentía, y lucha con lo que a priori pareciera inamovible. La historia del baloncesto no puede contarse sin reparar en la estrecha relación que lo une de una forma muy simbólica a la comunidad negra. Según datos oficiales recogidos por la NBA, alrededor del 70% de los jugadores de la liga norteamericana son jugadores de color, teniendo el peso y el status del que no hace tanto carecían por completo.

En 1950 eran años donde un tal Martin Luther King se animaba a luchar por la igualdad entre personas. Nuestro protagonista (Earl Lloyd) nunca se propuso defender los derechos de los negros, pero el baloncesto modificó sus planes y lo llevó a romper con un muro infranqueable. Lloyd, al ritmo del Cool Jazz de Miles Davis, marcó el precedente (del que luego se aprovecharían muchos otros) al ser el primer negro en debutar en la liga de baloncesto estadounidense, hasta ese momento coto privado exclusivo para los blancos. Soportó insultos, humillaciones y la segregación reinante.


Tras más de 60 años desde aquel hito, hay que ir al rincón de pensar, y analizar de forma rigurosa una cuestión apremiante, que por ser vetusta no deja de ser de absoluta actualidad. El asunto de la discriminación por color de piel en la calle, colegios, o recintos deportivos no es ni mucho menos ninguna trivialidad, más aún cuando los principales promotores de estas acciones son niños, que se muestran altamente influenciados por las conductas de sus padres.

Podría explayarme largo y tendido relatando ejemplos sobre racismo en niños durante un entrenamiento de baloncesto. Sin ir más lejos hace entorno a un mes, en el comienzo del entrenamiento con mi equipo de categoría “Benjamín” propuse un realizar un ejercicio de técnica individual para trabajar la disociación de ritmos de pies y de bote. El ejercicio requería formar parejas, cogerse de la mano y con la mano libre ir desplazándose por la pista botando el balón. Los niños y niñas formaron parejas, y quedaron libres una jugadora de color y un niño de piel blanca. Pregunté en voz alta quien no tenía pareja y ellos dos levantaron la mano. Él se negó a formar pareja con total rotundidad esgrimiendo argumentaciones más típicas de un tertuliano de 13 tv que de un niño. Finalmente, ante mi contundente y dictatorial insistencia, accedieron a realizar el ejercicio juntos. Tal fue mi sorpresa, que previo a darse la mano, el jugador se había alargado al máximo la manga de la camiseta para taparse la palma de la mano y no establecer de esta forma contacto directo con ella. Para más Inri, una vez acabado el ejercicio, éste raudo y veloz se dirige al aseo, y a su vuelta me percato de que había ido de forma decidida a lavarse las manos, como si algo de forma impetuosa le estuviera carcomiendo la mano.

Este tipo de conductas deben ser extirpadas por completo del manual de actuación de un niño. La sociedad no debe tolerar que un buen manojo de padres irresponsables a la vez que impresentables maleduque a las futuras generaciones. El baloncesto debe mostrarse como un ejemplo a seguir, un espejo donde la sociedad ha de mirarse. Aún no he conocido ningún otro deporte donde el respeto a la comunidad negra sea tan ensordecedor. Sería una absurda paradoja. Baloncesto y negros: una bonita historia de amor recíproca.

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