Michael Jordan salió del barro

Loss, Walter (1988) "Slam Dunk Contest" Sports Ilustrated
Pat Riley soñó con la prestidigitación de Magic Johnson. Red Auerbach contó anillos con la presencia de Bill Russell. Phil Jackson disfrutó viendo cómo se contorneaba mientras volaba en el aire Michael Jordan, y así una larga retahíla de exitosos binomios donde el trabajo del entrenador quedaba reducido a cotas residuales en la influencia en el juego. Estos grandes jugadores les reservaban cada noche a sus respectivos entrenadores un asiento en la primera fila para ser meros espectadores de lujo. 
                                                                                                                         En una conferencia de entrenadores, Toni Carrillo (entrenador de minibasket en  Viladecans) cuyo turno de ponencia no había hecho nada más que comenzar, nos narró a los allí presentes, desde el escenario, una conversación que había mantenido recientemente con un entrenador que se encontraba en un equipo de la máxima competición nacional (ACB), lo que supone según los cánones establecidos en la sociedad el éxito más rotundo para un entrenador, la panacea. La conversación acabó derivando hacia la situación profesional de ambos entrenadores. El entrenador de ACB espetó: “Yo hace tiempo que salí del barro, de la mierda”. Según explicó al auditorio, la contestación fue clara y concisa: “Perdóname, pero es que a mí no hay nada que me guste más que estar en la mierda”.

Con estas palabras que destacan más por lo escatológico más que por lo racional tenían un significado meridianamente claro, el barro es el baloncesto de formación, el baloncesto de cantera, el baloncesto de todos y para todos, el baloncesto de los martes a las 4, el baloncesto de los viernes en el parque, el baloncesto del bueno, del malo y del gordo, el baloncesto propiedad de todos y a la vez de nadie.

El entrenador de formación es un profesional con bastantes similitudes a un alfarero. Al alfarero le proporcionan el barro en bruto, con el cuál realiza una serie de mezclas con agua. Si hacemos un símil con el baloncesto, digamos que sería algo así como conjuntar al jugador con el entorno, con sus compañeros, con las reglas de juego, etc. Más tarde llega el amasado, una fase crucial, porque si el barro no está bien amasado corremos el riesgo de que estalle en el horno haciéndose añicos nuestra pieza. En el ámbito baloncestístico es algo similar, debemos “amasar” al jugador, aportarle las herramientas necesarias para un aprendizaje satisfactorio. El siguiente eslabón del proceso es amoldar el barro para hacer la vasija, lo que viene siendo darle forma a un jugador, mejorar la mecánica de tiro, obligar a cerrar el rebote, conseguir que bote con ambas manos con fluidez y agilidad, aumentar la visión periférica de lectura de juego, insertarle en el pulso el “tempo” del partido, es decir, corregir las imperfecciones. Para tener la pieza totalmente lista, solo nos queda cocerla. Está cocción depende mucho del tipo de pieza, la duración de esta cocción puede estar entre las ocho y diez horas de duración. En el baloncesto esta cocción puede resultar frustrante, puede durar años, o incluso puede no durar y no llegar a culminarse. Pero si se da el caso, el alfarero, el entrenador de formación habrá sido el principal artífice de una obra de arte, mientras que el entrenador de élite lo estará esperando con los brazos abiertos, desde su sitio de espectador de lujo, inerte, como una vasija.



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